14.9.09

Inspiración giratoria

Giró por enésima vez en su silla giratoria. Se detuvo frente al teclado, pensó un instante y tecleó un par de palabras. Qué estúpido comienzo, se dijo, borrando lo que había escrito. No podía ser que justo él, que en sus años en Montevideo, cuando no estaba estudiando en la universidad, se encontraba encerrado en su cuarto escribiendo dos, tres, y hasta cuatro novelas a la vez, justo a él, su editor lo presionara para que sacara un nuevo libro. ¿Qué le sucedía? Se suponía que las palabras tenían que fluirle libremente ni bien se sentara en esa silla, la misma que usaba en su época de estudiante, en Montevideo, y cuando, en sus tiempos libres, escribía esas novelas, esos ensayos, esos poemas que le darían luego cierto reconocimiento. Seguía usando esa silla, como cábala. Y se le notaba el paso del tiempo; tenía varios tornillos viejos y oxidados, y al girar producía un chirrido bastante molesto.
A lo mejor era eso lo que causaba su poca inspiración. A lo mejor era que ese molesto chirrido lo distraía y no le dejaba escribir una frase siquiera. Sí, era eso. Mañana a primera hora compraría una nueva y tiraría la vieja. Al fin y al cabo, era eso lo que tenía que hacer, tirar lo viejo, librarse del pasado, renovarse. Giró una vez más en la silla, realmente era insoportable el chirrido. Miró la pantalla una vez más y escribió dos o tres frases. No estaban tan mal. Continuó escribiendo, con cierto optimismo. No sabía a dónde lo llevaría su mente, nunca lo sabía. No era de esos que planifican las novelas, él simplemente se dejaba llevar por las palabras. Paró de teclear. Casi sin darse cuente había escrito una página entera. Comenzó a leer lo que había escrito; era espantoso. No dudó en borrarlo todo. De nuevo, se encontraba frente a una página en blanco.
¿Cómo fue que había llegado a ese lugar?¿Qué había sucedido para que ahora se encontrara frente a la computadora sin poder escribir nada decente, y echándole la culpa al chirrido de la silla? Qué lamentable imagen, pensó. Giró. Ya no le parecía tan molesto el chirrido. A lo mejor el también se encontraba como la silla. A lo mejor era eso, que con los años a él también se le habían puesto viejos y oxidados los tornillos y él también producía un chirrido al girar. Quizás los lectores debían hacer con él como con la silla; tirarlo y conseguir un nuevo escritor que no hiciera ruido al girar. No le disgustaba esa idea.
¿Y él que haría? Podría retomar sus estudios en la Universidad, que había dejado cuando las ventas de sus libros comenzaron a aumentar. Además, no tenía por qué ser un retiro definitivo, podría volver a escribir cuando quisiera. Comenzó a dar vueltas en la silla. Ya se había familiarizado con el chirrido y hasta se podía decir que le gustaba. Todavía girando, cerró los ojos y se imaginó el personaje de su próxima novela. Se ímaginó un día común y corriente en la vida del personaje, sus costumbres, sus flaquezas. Uno de los tornillos oxidados de la silla, poco a poco se fue aflojando. Comenzó a escribir, sabiendo ya cuál sería el evento que alterase el statu quo, el desencadenante de la historia. Qué genial idea. Sin darse cuenta escribió una, dos, tres páginas. Cuando ya no le salían más palabras, comenzó nuevamente a girar en la silla y las ideas volvieron a su cabezas. El chirrido se había vuelto aún más agudo y el oxidado tornillo comenzó a tambalearse peligrosamente, dispuesto a volarse en cualquier momento.
Una hora y muchas páginas después, el afamado escritor contaba con una atrapante historia bastante encaminada. Ya era tarde, tendría que acostarse. Escribiría algo más y luego se acostaría. Comenzó a girar en la silla y a pensar en como seguiría la historia del fotógrafo. Al final, ese agudo chirrido se había convertido en su fuente de inspiración, su salvación. El tornillo oxidado voló por los aires. Escuchando ese chirrido era como le surgían las ideas. Toda la armazón de la silla, estaba ahora sostenida en un único oxidado tornillo que, viéndose sin su compañero, comenzaba también a aflojarse lenta y peligrosamente. No tiraría la silla, ni dejaría la escritura, cómo pudo siquiera haberlo pensado. En determinado momento, el oxidado tornillo no aguantó más, en cuestión de semanas estaría entregando la novela a su editor, voló por los aires, la cabeza se le llenaba de nuevas y geniales ideas al girar, la vieja silla giratoria se desarmó totalmente y la cabeza del afamado escritor, antes de que pudiera darse cuenta qué sucedía, se dio contra las baldosas del suelo al tiempo que las piernas volaban por el aire y una de ellas caía en el teclado, manteniendo apretada la barra espaciadora mientras el suelo se llenaba de sangre.
Cuando su esposa entrase al escritorio al día siguiente, encontraría el cuerpo de su marido, una vieja silla giratoria desarmada, y una novela recién comenzada, con cientos de páginas en blanco.

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