29.8.10

Como me mira

De qué valen diez mil ojos
que no saben de mentiras
si en ellos yo ya no puedo
mirarla como me mira

De qué valen carcajadas
apuradas y con prisa
si ellas ya no me permiten
sonreírle su sonrisa

De qué valen tantos dedos
tocándome suavemente
si esos dedos no me dejan
sentirla como me siente

Qué sentido tiene ahora
fantasear en una cama
si ya nunca lograré
amarla como me ama








(10deabril2010)

30.5.10

Muerte clasificada

Tocó la puerta del 504 de aquél viejo edificio comido por el musgo. Le habían dado esa dirección por teléfono luego de haber visto aquél extraño anuncio que lo había atraído como un imán. Lentamente se abrió la puerta y un viejo de cara arrugada y pocos dientes le dijo que pasara y tomara asiento. La sala estaba a oscuras y tenía manchas de humedad tan viejas como el mobiliario. Se sentó en un destartalado sofá.
Con paso cansado el viejo se sentó en el sillón enfrentado al suyo. Luego de unos minutos habló.
-Antes de realizar su trabajo le haré un par de preguntas.
-Cómo usted quiera señor.
-¿Tiene familia?
-No señor, murió en un accidente de tránsito.
-Ya veo, ya veo. ¿Hace mucho?
-La semana pasada. Sólo yo viví.
-Entiendo… por eso vino. ¿Me equivoco?
El hombre hizo una mueca.
-Mmm… no, no se equivoca.
-¿Quiere desquitarse, sacar afuera la rabia?
El hombre asintió con la cabeza y bajó la mirada.
-No preciso saber más nada. Ésto queda entre usted y yo. –dijo el viejo.
-¿Puedo preguntarle algo?
-Adelante.
-¿Por qué puso ese anuncio?
El viejo demoró en contestar.
-No me casé ni tuve hijos. Poco a poco, todos mis amigos han ido muriendo. Quedé solo, en este frío apartamento del que no salgo desde hace cinco años. Supe que en esta jungla de cemento habrían varias personas que, como usted, querrían hacer esto. La vida en las grandes ciudades crea mentes perturbadas, enalienadas. No se ofenda, nada personal. Por su seguridad personal no se preocupe, también los inquilinos del edificio han muerto con el tiempo y quedo sólo yo. Quién sabe cuando me encontrarán. Tiene sobre aquella mesa el dinero, es todo lo que tengo. Ahora, haga lo que vino a hacer.
Y le entregó un revólver.



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Relato finalista del concurso de relatos sobre anuncios clasificados de tablondeanuncios.com

3.5.10

Conversación randómica

-Perdón. ¿Usted no sabe si el doctor Araújo está atendiendo?
-Ay, ni idea señora, yo estoy esperando a la doctora Pignata.
-Es que estoy esperando desde las tres de la tarde y la puerta no se ha abierto.
-¡Oh! ¡Cuánto tiempo! ¿Por qué será?
-Ni idea. Desde las tres de la tarde estoy esperando.
-Qué disparate. Ya le digo, yo estoy esperando a la doctora Pignata, así que ni idea. ¿Y qué número tiene?
-El 6, fíjese usted.
-Ah, yo tengo el cuatro, pero de este otro consultorio, de la doctora Pignata.
-Claro…
-Si… ¿Y qué problema la aqueja? Digo, si se puede decir, claro…
-No, no pasa nada. Vengo por un problema de cadera.
-Uhh, los problemas de cadera son complicados, ¿eh?
-Ah si… ni que lo diga.
-Si, son complicados… pero entonces ¿por qué vino acá? Si la doctora Pignata es neumóloga, no tiene nada que ver.
-No, pero yo vengo por el doctor Araújo.
-¡Ah, cierto! Qué despistada que soy.
-Si… es un buen doctor. Lo que tiene es que demora en atender.
-¿Ah, si? ¿Qué número tiene?
-El 4, pero me tienen acá desde las tres de la tarde.
-¡Ay, qué disparate! Si, yo tengo el 6, pero de la doctora Pignata.
-Claro. Pero no entiendo por qué no se ha abierto la puerta del consultorio ni una sola vez desde las tres de la tarde.
-Seguramente se toma su tiempo para atender a los pacientes. La doctora Pignata siempre se tomó muy en serio su trabajo.
-Ah si… igual yo vengo a atenderme con el doctor Araújo.
-Claro. Pero la doctora Pignata siempre fue así. Es que todos deberían ser así.
-Sin duda, sin duda.
-Fíjese usted que están trabajando nada más ni nada menos que con vidas humanas.
-¡Por supuesto! La vida es sagrada.
-Sin duda, sin duda.
-¡No es moco de pavo la medicina!
-¡Ah, no! Es muy compleja.
-Si… yo no sería capaz de ser doctora.
-Yo tampoco, no podría.
-Qué esperanza, y más con mi problema de cadera.
-Y claro… ¡mire que es bravo el dolor de cadera!
- Ah, si… yo no doy más de dolor.
-Me imagino. Y encima la ponen a esperar todo este rato.
-¡Y sí! ¡Desde las tres de la tarde me tienen esperando!
-¡Qué horrible! Se perdió el respeto ¿no, señora?
-Se perdió el respeto.
-Yo no sé hasta cuando van a seguir así las cosas…
-Ni idea. Pero fíjese que nadie hace nada para cambiar la situación.
-¡Nada! ¡Qué van a hacer! Lo único que hace la gente es quejarse.
-Así est. Vive quejándose la gente.
-Fíjese que en Europa eso no sucede.
-¡No! ¡Qué va a suceder!
-No sucede, no. Y yo le digo porque sé, porque mi hijo estuvo en Europa.
-¡Ah! Mire usted.
-Si, preciosos lugares, dice.
-Me imagino.
-Si… ¡Mire, me está llamando la doctora Pignata!
-¡Ay, que suerte que no la hicieron esperar como a mi!
-Si, por suerte… Bueno, un gusto haber charlado con usted.
-¡Por favor! ¡El gusto es mío!
-¡Adiós!
-¡Chau! Desde las tres de la tarde… ¿Dónde quedó el respeto?

(4demarzo2010)

16.4.10

A quien le pese

Debo admitir
que pese
a quien le pese,
últimamente
no te pienso
a cada hora

Sino que me doy licencias,
momentos para escribir
cuentos que no son de princesas
poemas que no hablan de ti

Ni de príncipes azules
ni verdes ni colorados
de envidia opr mis creaciones
que son menos heroicos, más humanos

Pero luego,
pese
a quién le pese
cae la noche
y las estrellas
vuelven a hablarme de ti



(25defebrero2010)

10.3.10

Redención

Como todos los jueves de tarde, el padre Tomás se dispone a comenzar su clase de catecismo. Aguarda sentado en el escritorio mientras pasan al salón los niños, despidiendo una fragancia a recién bañados. ¡Qué placentero aroma, digno de los ángeles, poseen esas pequeñas criaturas, inocentes corderitos! El padre Tomás sonríe mientras inhala es único perfume que solo los niños poseen.
A lo largo de la clase, el padre Tomás disfruta mirando a esos seres diminutos y tiernos, que intentan comprender pasajes de la Santa Biblia. Y se siente en el mismísimo Edén cuando esas voces agudas le provocan un cosquilleo en la entrepierna. Sin esa clase de los jueves de tarde, su vida de devoción a Dios sería un calvario.
Al final de la clase, los niños se retiran dejando en el salón su fragancia de recién bañado. Mientras el padre Tomás ordena sus papeles, advierte que una criatura no abandonó el aula, y lo mira fijamente. Es Martín, un hermoso niño de cabellos rubios, tez extremadamente pálida y ojos celestes. Algunos parroquianos aseguran que bajo esa cara de ángel se esconde el mismísimo demonio, pero él no cree esas historias; en su clase nunca hace problemas, y con esa carita tan preciosa, tan Divina, podría ser un ángel caído del cielo.
-¿Se te ofrece algo, pequeño?- pregunta el padre Tomás.
-Quisiera confesarme, padre.
-Está bien… ¿te ha mandado tu madre, es verdad?
El niño asiente con la cabeza. El padre Tomás ya estaba acostumbrado a que las madres mandaran a sus hijos al confesionario luego de alguna travesura. Con la sola idea de tener estar a solas con el niño en el confesionario, el cosquilleo en su entrepierna se acentúa.
Martín le cuenta detalladamente al padre Tomás sobre cuando robó golosinas en el almacén de Don Javier. El padre Tomás casi no escucha, tan sólo se deleita con la dulce voz del niño y su fragancia de recién bañado. Algo en su entrepierna se endurece.
-¿Cuál es mi penitencia, padre?- pregunta la criatura.
El padre Tomás se sobresalta, Había dejado por completo de prestar atención. Se acomoda en la silla y comienza su habitual estratagema.
-Tú sabes que el Señor no recibe en su Reino a los ladrones, Martín.
El niño asiente.
-Sin embargo, -prosigue el cura- yo podría pedirle encarecidamente que te perdone.
El padre Tomás realiza una pausa en su discurso. Saborea cada palabra, cada momento.
-Claro que para eso tú tendrías que darme algo a cambio.
Sonríe, los dados ya están tirados. El niño, que ya ha pasado por situaciones similares, demora unos segundos en hablar. Luego, con una inusual determinación, responde:
-De acuerdo.
El padre Tomás guía al infante hasta su despacho, y una vez dentro cierra la puerta. Sin llave, ya que de todas formas nadie iba a la iglesia los jueves de tarde. Lentamente y mirando fijo al niño, se desabrocha la sotana y se baja el pantalón. Martín, inseguro, se dirige con pasos cortos hasta el clérigo, y luego se arrodilla hasta quedar a la altura de su miembro descubierto.
Mientras el niño se reconcilia con el Señor, el padre Tomás se siente en el paraíso, casi que puede escuchar los cantos de los ángeles, casi puede despegarse del suelo. Cuando está a punto de alcanzar la mismísima Gloria, una cuchillada de dolor le sube desde la entrepierna hasta el pecho. Mira horrorizado hacia abajo y ve en los ojos de Martín, en la boca ensangrentada de Martín, al mismísimo demonio. Atina a levantar las manos buscando el cuello de la diabólica criatura, pero el niño ya había abierto la puerta y huía despavorido de la Iglesia. El padre Tomás da unos pasos, pierde el conocimiento y cae al suelo, mientras su sangre mancha el suelo de su despacho.




(15defebrero2010)

2.3.10

Terremoto

Era de noche y dormía
Chile dormía
Chile bailaba
Chile soñaba despertar.
Mi Chile querido
¡tantos sueños tenías,
tantas utopías por concretar!
Tan cerca estaban
y se volvieron a alejar.

Pero era de noche, mi Chile
y la tierra se movió
y dijo mil veces no;
a tus sueños,
a tus bailes,
a tus edificios,
ahora desplomados,
a tus rutas
ahora resquebrajadas,
a tus chilenos
ahora sin agua, sin luz para brillar.

Y también el mar dijo no
y era de noche
y no soportó
que Juan Fernández floreciera
en cada amanecer.
Y que aquella isla fuera
un paraíso terrenal.

Y barrió sus casas
y su gente
y nunca más crecerá,
robusto,
aquél árbol que supe plantar

¡Ay Chile, mi lindo Chile!
Nunca dejes de soñar.
Porque de tus escombros,
de tus rutas quebradas,
de tu paraíso bajo agua,
volverá a nacer
de noche
esa hermosa tierra
que tanto supe amar.









(1demarzo2010)

7.2.10

De despedida

Mi pequeña leonesa
sólo te pido
que nunca me olvides

Quero creer
que volveré a verte
y quiero saber
si tus labios sabrán igual

Pero si saben distintos              / prefiero
ya no volverte a ver
y quedarme por siempre
con el recuerdo
de esta noche

De cuando entre la noche y la gente
bajo las estrellas impunes
descubrí a qué sabía
tu boca de miel

Mi pequeña leonesa
ten una buena vida                / y descuida
que yo nunca te voy a olvidar