30.5.10

Muerte clasificada

Tocó la puerta del 504 de aquél viejo edificio comido por el musgo. Le habían dado esa dirección por teléfono luego de haber visto aquél extraño anuncio que lo había atraído como un imán. Lentamente se abrió la puerta y un viejo de cara arrugada y pocos dientes le dijo que pasara y tomara asiento. La sala estaba a oscuras y tenía manchas de humedad tan viejas como el mobiliario. Se sentó en un destartalado sofá.
Con paso cansado el viejo se sentó en el sillón enfrentado al suyo. Luego de unos minutos habló.
-Antes de realizar su trabajo le haré un par de preguntas.
-Cómo usted quiera señor.
-¿Tiene familia?
-No señor, murió en un accidente de tránsito.
-Ya veo, ya veo. ¿Hace mucho?
-La semana pasada. Sólo yo viví.
-Entiendo… por eso vino. ¿Me equivoco?
El hombre hizo una mueca.
-Mmm… no, no se equivoca.
-¿Quiere desquitarse, sacar afuera la rabia?
El hombre asintió con la cabeza y bajó la mirada.
-No preciso saber más nada. Ésto queda entre usted y yo. –dijo el viejo.
-¿Puedo preguntarle algo?
-Adelante.
-¿Por qué puso ese anuncio?
El viejo demoró en contestar.
-No me casé ni tuve hijos. Poco a poco, todos mis amigos han ido muriendo. Quedé solo, en este frío apartamento del que no salgo desde hace cinco años. Supe que en esta jungla de cemento habrían varias personas que, como usted, querrían hacer esto. La vida en las grandes ciudades crea mentes perturbadas, enalienadas. No se ofenda, nada personal. Por su seguridad personal no se preocupe, también los inquilinos del edificio han muerto con el tiempo y quedo sólo yo. Quién sabe cuando me encontrarán. Tiene sobre aquella mesa el dinero, es todo lo que tengo. Ahora, haga lo que vino a hacer.
Y le entregó un revólver.



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Relato finalista del concurso de relatos sobre anuncios clasificados de tablondeanuncios.com

3.5.10

Conversación randómica

-Perdón. ¿Usted no sabe si el doctor Araújo está atendiendo?
-Ay, ni idea señora, yo estoy esperando a la doctora Pignata.
-Es que estoy esperando desde las tres de la tarde y la puerta no se ha abierto.
-¡Oh! ¡Cuánto tiempo! ¿Por qué será?
-Ni idea. Desde las tres de la tarde estoy esperando.
-Qué disparate. Ya le digo, yo estoy esperando a la doctora Pignata, así que ni idea. ¿Y qué número tiene?
-El 6, fíjese usted.
-Ah, yo tengo el cuatro, pero de este otro consultorio, de la doctora Pignata.
-Claro…
-Si… ¿Y qué problema la aqueja? Digo, si se puede decir, claro…
-No, no pasa nada. Vengo por un problema de cadera.
-Uhh, los problemas de cadera son complicados, ¿eh?
-Ah si… ni que lo diga.
-Si, son complicados… pero entonces ¿por qué vino acá? Si la doctora Pignata es neumóloga, no tiene nada que ver.
-No, pero yo vengo por el doctor Araújo.
-¡Ah, cierto! Qué despistada que soy.
-Si… es un buen doctor. Lo que tiene es que demora en atender.
-¿Ah, si? ¿Qué número tiene?
-El 4, pero me tienen acá desde las tres de la tarde.
-¡Ay, qué disparate! Si, yo tengo el 6, pero de la doctora Pignata.
-Claro. Pero no entiendo por qué no se ha abierto la puerta del consultorio ni una sola vez desde las tres de la tarde.
-Seguramente se toma su tiempo para atender a los pacientes. La doctora Pignata siempre se tomó muy en serio su trabajo.
-Ah si… igual yo vengo a atenderme con el doctor Araújo.
-Claro. Pero la doctora Pignata siempre fue así. Es que todos deberían ser así.
-Sin duda, sin duda.
-Fíjese usted que están trabajando nada más ni nada menos que con vidas humanas.
-¡Por supuesto! La vida es sagrada.
-Sin duda, sin duda.
-¡No es moco de pavo la medicina!
-¡Ah, no! Es muy compleja.
-Si… yo no sería capaz de ser doctora.
-Yo tampoco, no podría.
-Qué esperanza, y más con mi problema de cadera.
-Y claro… ¡mire que es bravo el dolor de cadera!
- Ah, si… yo no doy más de dolor.
-Me imagino. Y encima la ponen a esperar todo este rato.
-¡Y sí! ¡Desde las tres de la tarde me tienen esperando!
-¡Qué horrible! Se perdió el respeto ¿no, señora?
-Se perdió el respeto.
-Yo no sé hasta cuando van a seguir así las cosas…
-Ni idea. Pero fíjese que nadie hace nada para cambiar la situación.
-¡Nada! ¡Qué van a hacer! Lo único que hace la gente es quejarse.
-Así est. Vive quejándose la gente.
-Fíjese que en Europa eso no sucede.
-¡No! ¡Qué va a suceder!
-No sucede, no. Y yo le digo porque sé, porque mi hijo estuvo en Europa.
-¡Ah! Mire usted.
-Si, preciosos lugares, dice.
-Me imagino.
-Si… ¡Mire, me está llamando la doctora Pignata!
-¡Ay, que suerte que no la hicieron esperar como a mi!
-Si, por suerte… Bueno, un gusto haber charlado con usted.
-¡Por favor! ¡El gusto es mío!
-¡Adiós!
-¡Chau! Desde las tres de la tarde… ¿Dónde quedó el respeto?

(4demarzo2010)